CATILINARIA I
¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra
paciencia, Catilina? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A
qué extremos sé arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la
nocturna guardia del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del
pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres honrados, ni este protegidísimo
lugar donde el Senado se reúne1, ni las miradas y semblantes de todos los
senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves tu
conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros
ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a quiénes
convocaste y qué resolviste? ¡Oh qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe
esto, lo ve el cónsul, y, sin embargo, Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta
viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota los
que de nosotros designa a la muerte. ¡Y nosotros, varones fuertes, creemos
satisfacer a la república previniendo las consecuencias de su furor y de su
espada! Ha tiempo, Catilina, que por orden del cónsul debiste ser llevado al
suplicio para sufrir la misma suerte que contra todos nosotros, también desde
hace tiempo, maquinas. .CICERON Catilinarias
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